Nuestro METRO - N° 209
Su recorrido es metódico: de punta a punta, con breves interrupciones para recobrar alientos. El Metro inicia su labor de norte al sur y viceversa. Una voz se encarga de mencionar los nombres de las estaciones -que todos se saben de memoria- y una que otra frase dulzona: “sonreír le hace bien al alma”. No faltará quien, en un descuido, se pase de estación. En ese caso, deberá tomar otro tren que lo devuelva y le permita reanudar su camino.
Entre estación y estación, el viaje podría resultar largo y exasperante; pero, esa percepción puede acortarse si las palabras permiten tramitar lo que sucede en el día. Al igual que los apacibles durmientes, las personas que conversan viajan en el tiempo. De forma distinta: no se van de la realidad. Al contrario, amenizan el viaje intercambiando impresiones: que fulana me miró horrible en el trabajo y yo me hice la loca, que estoy hablando con la pelinegra y ya en esto me la cuadro, etc. La percepción del tiempo varía considerablemente de acuerdo con cada pasajero.
Recorrer un valle de extremo a extremo es admirable, y más si consideramos el esfuerzo tan grande que se debe necesitar para mover ese animal descomunal que en su interior lleva personas de todo tipo, que esperan pacientemente su lugar de destino. Esa travesía permite,a un observador atento, detallar cómo cambia el paisaje de estación en estación; desde casitas de madera dispuestas sin ley ni orden en las estribaciones del río, hasta los lujosos edificios en el sur que acarician de cerca las nubes grises de una ciudad encerrada entre montañas.
Todos los días la vida se expresa palpitante en los corazones de miles de personas que recorren, presurosas e indiferentes, los corredores impecables de las estaciones. Somos partícipes de una aventura extraordinaria, porque cada tren guarda los anhelos e ilusiones, al menos mientras se encuentran en su interior, de esas personas que construyen lo que llamamos Medellín y llevamos impreso en nuestros más profundos registros.
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