Ramón Caro se frota las manos, hace un par de preguntas y con su mirada de experto recorre de arriba a abajo el carro que acaba de ingresar a su taller. No es cualquier carro, no es cualquier taller, es uno especializado en un vehículo que hoy es poco común pero muy valorado entre los que saben: el Lada.
Este campero de origen ruso de finales de la década de los 70, cuando todavía se hablaba de Unión Soviética, fue una apuesta del gobierno para compensar la falta de vehículos en manos de particulares. Para este empeño se contrató a los italianos de Fiat y así vieron la luz las primeras referencias conocidas como 2121, que luego migraron al Lada Niva.
La historia la cuenta Ramón con certeza porque trabajó como mecánico en el primer concesionario de la marca que funcionó en Medellín. Cuando el negocio decayó, se alió con sus hermanos para continuar por cuenta propia.
Así llegaron en 1991 al barrio El Volador, compraron una casa, la adaptaron y, desde entonces, empezaron a desfilar por allí autos que hoy son cada vez más escasos. Los vehículos llegaban con ayuda y salían por sus propios medios gracias a su conocimiento adquirido durante años. Antes se conseguían entre $5 y $6 millones, ahora, uno bien conservado cuesta alrededor de $15 millones, comenta Ramón.
Herramienta en mano, el mecánico recibe al nuevo “paciente”, un carro blanco cuarentón que llevaba cuatro años guardado, después de haber movilizado personal en una mina de carbón. En 15 días estará listo y su motor de 150 kilos trabajará de nuevo porque hasta el momento ningún carro le ha quedado grande.
Por eso lo llaman de diferentes pueblos de Antioquia y de otros departamentos del país, para salvar causas perdidas que no pudieron otros mecánicos. “El que sabe, sabe”, le han dicho, cuando escuchan que vuelve a la vida lo que pensaban estaba destinado a venderse para repuesto. “No llevo la cuenta de cuántos carros he atendido, pero sí de motores; entre anillados y reparados, llevo 380. Solo me ha tocado volver a bajar dos de esos para hacer ajustes”, cuenta Ramón con una sonrisa de orgullo.
Los hermanos Caro están negociando su predio para dar paso al Metro de la 80, ya entregaron a la EDU la documentación requerida para la gestión sociopredial y están en la búsqueda de un nuevo lugar.
Trasladarse no los preocupa mucho porque su conocimiento los respalda. “Ya tenemos nuestra clientela y la gente nos va a buscar donde lleguemos por nuestra experiencia”, dice Ramón, mientras va desmontando la llanta visiblemente deteriorada.
“Para nosotros es muy bueno porque el Metro de la 80 va a ser un transporte más limpio, de menos contaminación y se moviliza uno más fácil. Yo soy uno que voy al centro y no llevo el carro a esos trancones por allá, mejor me voy en bus o en Metro”, expresa Ramón.
La jornada termina y después de desmontar y verificar las piezas con mucha paciencia, llega la hora de ir a casa. Afuera lo espera su carro, evidentemente un Lada. Es blanco, modelo 92 e impecable; lo compró y restauró para uso personal. Acaba de llegar de pasear en el Valle del Cauca, transitando carreteras destapadas y sin ningún problema en el viaje. El tanque ruso o el Land Rover del pueblo, como llamaban a estos autos, parece tener más vigencia que nunca.
Dirección de Comunicaciones - Metro de Medellín