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Recuerdo de una visita chocolatera

Recuerdo de una visita chocolatera

Cuentos-metro-de-la-80

 

Recuerdo de una visita chocolatera

El chocolate en las mañanas, en la noche y en las tardes frías, no logra ni siquiera ser tan acogedor como el cantar de los pájaros, tan terapéutico, tan alegre, tan lleno de vida. A mi campo no han vuelto, no han vuelto a volar, ni revolotean por ahí, no he logrado ver un nido desde la última vez, la última vez solo espero que sea la última, porque mi campo ya no es mi campo, ya solo veo tonos grises.

Desde que dejé mi pueblo, ver colores se ha vuelto un privilegio, la vida es casi monocromática, llena de cosas por hacer, cansada, sin ganas, pero prácticamente obligada a vivir una vida que siento que no me pertenece, todo el el tiempo quiero estar inmiscuida en mis sueños en mis inventos propios, en un mundo interno, sin maldad, sin obligaciones, sin jerarquías, en mi propio nido lleno de ramitas, volver a sentir el aroma de las gallinas, el aroma del chocolate batido a mano con leche recién ordeñada; todo resulta ser un privilegio y las pocas cosas se consiguen con años de trabajo, cosas que antes no creí nunca poder necesitar. 

Abro los ojos , otra mañana, otro día igual, poniendo en mis necesidades lograr levantarme temprano para evitar correr hacia el trabajo y disponerme a dos horas de transporte público que sacarán de mi, la poca energía que me queda. Cuando no estás preparado para que algo te sorprenda, cualquier pequeño detalle puede ser lo que desencadene un hecho de sucesos que pueden llegar a cambiar tu día, tal vez tu vida. 

Esa mañana haciendo mi chocolate un pajarito se chocó contra mi ventana, corrí inmediatamente a ver si estaba bien, lo primero que vi fue su color café, sus alas de colores y el plumaje de sus mejillas, como sonrojadas, al tomarla en mis manos, el ave fue abriendo lentamente sus pequeños ojos, luego de eso, se paró como si nada le hubiera pasado y picoteo mi mano como si allí fuese a encontrar algo, su comportamiento curioso, me instó a curiosear también con el ave, tratando de encontrar lo que buscaba, pero ella lo logró primero, se posó sobre la chocolatera y entonces miró hacia mi, como pidiendo permiso para probar el chocolate, hice solamente una señal de aprobación, creí que sería suficiente para que entendiera que le permitía probar y así, solamente probó y abrió sus coloridas alas para irse. 

Todo mi día, simplemente con su vista, ya había mejorado; al día siguiente, picoteando mi ventana, estaba allí, la chocolatera ave, posándose sobre mi cocina buscando lo que ya sabemos que quería, sus visitas de volvie- ron recurrentes y mi vida más dinámica, cada día me traía semillas de cacao, lo mucho que le gustaba el chocolate me intrigaba, deseaba que de alguna manera me contara sobre su vida, de sus vuelos, de su hogar, sus sueños, su familia, estaba segura que entendía mi interés por saber de ella, a veces me respondía, señalando algunas plantas desde la ventana, un día la chocolaterita, como ya la llamaba, faltó a sus visitas matutinas se me hizo bastante extraño y su falta comenzaba a sentirse.

Llegué a mi casa del trabajo en la tarde, a eso de las cuatro y encontré a la chocolaterita , esperándome en la ventana, salió volando aunado con la mirada nos encontramos, entendí de inmediato, que tenía que seguirla, todo un camino lleno de experiencias, y ese camino allí yendo hacia el cerro me hacía ver todos los colores de la ciudad que nunca había visto. 

Al llegar a aquel hogar que más bien era un santuario a la vista, noté que no solo era el suyo, compartía su espacio con muchos animales, entre los que destacaban zariguellas y abejas, un lugar lleno de plantas de cacao, calendulas, uvitos de monte y algunas otras plantas que por mi ignorancia, no logré identificar. 

La casa de la chocolaterita era un lugar dedicado para atraer a especies que sembrarán más árboles, su casa protegia, su casa acogia, su casa era para todos, pero de ella, su creación, sus colores, su esfuerzo era visible en aquel espacio tan hospitalario.

Nunca había visto un lugar tan agradable, era todo lo que necesitaba para darme cuenta que mi vida solamente no estaba vacía, como aquella tangarita chocolatera lo hizo, lo que yo debía hacer era crear ese santuario en mi propio ser, para acoger y recibir todas las buenas cosas a mi vida, una vida que simplemente había cambiado, haciendo chocolate. Alguno de esos días cuando hagas un chocolate, acuerdate que tu ser es un santuario, siem- bra las plantas que los visitantes que quieres puedan llegar a necesitar.

Por: Isabela Pérez Cano
Institución uniersitaria Pascual Bravo
Especie: Tangarita Chocolatera
Siltipnia theobroma

 

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