Avechucho: un ave no de tan mal agüero
Cuando era niña mi abuela me hablaba de un ave de gran belleza que se posaba casi todos los días al frente de su casa en un guayacán que ya no existe. Ella decía que era un ave senadora, que podía curar cualquier tipo de enfermedad, del cuerpo, de la mente, del alma e incluso de la tierra.
Solía decirme que esta era un ave esquiva, se dejaba ver, pero nunca nadie logró tocarla y mucho menos estar cerca de atraparla. La gente del barrio intentó capturarla muchas veces, la respetaban y a la vez le temían, añoraban su belleza. Intentaron de todas las maneras posibles capturarla, sabían que no le podían hacer daño, pero la querían para ellos.
De esta ave no había registro fotográfico, cada que alguien intentaba retratarla huía. Mi abuela decía que tenía los sentidos tan desarrollados que pareciera que leía la mente de todos y siempre emprendía vuelo antes que alguien apretara el obturador de alguna cámara.
Cuando mi abuela la vio por primera vez tenía nueve años, y recuerda que se despertaba todos los días muy temprano para poder observarla unos instantes. Se asomaba por la ventana abriendo un poco la cortina, se movía silenciosamente para no asustarla, quería grabarse hasta el más mínimo detalle de esta ave tan especial para luego dibujarla.
Mi abuela me decía que esta ave cambiaba todo el tiempo de apariencia, en días nublados su cola crecía y sc parecía a la de un barranquera, en los días soleados su cola no era tan larga, pero su plumaje se tornaba amarillo con visos azules y parecía que brillara, en épocas de mucha lluvia se formaba una especie de corona de plumas en su cabeza; para mi abuela su belleza era exuberante, une mostró algunos dibujos que logró hacer, pero decía que no lograba captar ni la cuarta parte de lo que era verla en persona. La primera vez que vi los dibujos de sus diferentes etapas, parecía que eran aves completamente diferentes.
- oboe, estás segura que es la misma ave? A mí me parecen diferentes. Le dije. - Mija, mire bien que son la misma...solo que ella cambia según el tiempo. Dijo. La miré extrañada como pensando que era una fantasía creada por una niña de nueve años que tenía demasiado tiempo libre para dejar volar su imaginación.
Siempre fui un poco escéptica respecto al tema, pero disfrutaba mucho de sus historias y me fascinaba la idea de que esto pudiera ser verdad, para mí era poco creíble, parecía que fuera más un mito que una realidad. En el barrio no había muchas personas que pudieran corroborar su historia, casi todos los que vivieron esa época se habían ido del barrio o habían fallecido.
Hace algunos años tuve la oportunidad de hablar con don Román, el abuelo de un amigo de la infancia, este tenía alzhéimer en una etapa muy avanzada y tenía pocos momentos lúcidos, le llevé algunos dibujos que mi abuela aún conservaba y se los mostré. Él los recibió, los miró un instante y se quedó callado como intentando hacer memoria. Tras un silencio prologado ine dijo:
-Llevaba tiempo sin verla -dijo refiriéndose al ave- me acuerdo que ella era la responsable del clima y cada que la tierra estaba muy seca ella hacía llover, cuando llovía demasiado hacía salir el sol y cuando el sol era insoportable llamaba a las nubes para que refrescaran el ambiente... y así todo el tiempo. Cuando los vecinos intentaban capturarla o dañaban el entorno, nos castigaba con mucha lluvia o con mucho sol, pero siempre fue justa, nunca prolongaba demasiado el castigo.
Mi abuelo decía que había muchas como ella, pero la gente no supo apreciarlas; algunos le tenían miedo porque cuando podían escucharla cantar alguien fallecía. Su canto era hermoso y triste a la vez, cuando cantaba podías sentir que todo a tú alrededor desaparecía, era como flotar en el espacio o caminar por un campo de algodón, pero cuando dejaba de cantar la tristeza los invadía unos instantes como sintiendo un vacío en el alma. Por eso a muchas personas no les gustaba su presencia. Yo solo la escuché cantar un par de veces, cuando murieron mis padres.
Solo la puedes escuchar cuando anuncia la muerte de las personas que más amas. Hace muchos años no la veo, ella y el resto de su especie desaparecieron cuando la ciudad empezó a crecer y a llenarse de habitantes y edificios. Tanto progreso acabó con la magia que teníamos, ya nadie se acuerda de ellas...como si no hubieran existido. Se quedó en silencio y de la nada dijo refunfuñando: ¡Ay, por eso es que este clima está tan loco!
Don Román se quedó callado de nuevo y me entregó los dibujos, al hacerlo se perdió en sus pensamientos y no dijo nada más. Me despedí y él mc miró como si nunca me hubiera visto, creo que los dibujos lo hicieron tener este pequeño momento de lucidez.
Caminando a casa de mi abuela recordé que la única vez que escuchó al ave cantar fue antes de que su papá muriera, tenía trece años y luego de eso no volvió a saber nada de ella. Nunca supe si pasó lo mismo cuando murió su madre, tal vez si, pero ella hablaba poco de sus pérdidas.
Mientras pensaba en esto sentí un pequeño escalofrío y de la nada un viento pasó veloz desorganizando mi cabello, mientras lo organizaba con mis dedos miré hacia el frente y allí estaba el ave, era hermosa, todo lo que mi abuela me había descrito, era cierto que los dibujos no podían hacerle justicia a semejante belleza. Su cola, su corona y sus colores eran deslumbrantes, emanaba cierto brillo celestial. Me quedé inmóvil y solo pude observarla, mi cuerpo se hizo pesado y no era capaz de moverme, es real, pensé.
El ave dio un par de saltitos hacia mí y se quedó quieta. Abrió su pico y empezó a cantar, era el sonido más hermoso que jamás he escuchado, mientras la escuchaba, por mi mente pasaban los momentos más felices de mi vida, me sentí plena y nada existía a mi alrededor, sentía que flotaba y que volaba por los cielos, es difícil explicar esta experiencia, pero ha sido lo más hermoso que he vivido.
Cuando el ave dejó de cantar sentí ese vacío del que don Román mc habló, caí en cuenta de que su aparición no era fortuita y salí corriendo a casa de mi abuela, llegué su casa y todo estaba en silencio, corrí a su habitación y la vi. Mi abuela yacía inmóvil en su cama, se veía hermosa y en paz. Recuerdo ver colgado en la cabecera un cuadro con uno de los dibujos de aquella hermosa ave.
Por: Claudia Marcela Pelón Corrales
ITM