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Cuentos-metro-de-la-80

 

Solaris

En un recóndito valle montañoso existe una ciudad fantasma, un lugar extraño, árido  lleno de edificios vacíos; un tren atraviesa la ciudad día y noche sin parar, emitiendo un estruendoso ruido, el eco del rechinar de los rieles. 

El paisaje esta nublado por una gran polución, el firmamento es difuso y no existen animales. En el centro de dicha ciudad se resguardan algunos habitantes en una pequeña cúpula de cristal, viven en pequeñas aldeas de paja y se refugian para sobrevivir, ante la gran nube de contaminación que se tomó la ciudad años atrás, la cual puede causarles la muerte inmediata. 

Una mañana los rayos del sol iluminaban toda la cúpula, los habitantes estaban asombrados y felices; mientras realizaban sus tareas cotidianas, escucharon a lo lejos un hermoso canto, indescifrable, como una sinfónica milagrosa que armonizaban todo el  lugar, sin embargo,  los días continuaban en incertidumbre, los aldeanos cansados anhelaban el día en que lograrán salir de la cúpula para recorrer la ciudad, ver sus montañas, respirar aire puro y ver de nuevo algunos animales, pero los días solían ser más largos y su castigo por no cuidar el planeta parecía interminable, perdiendo lentamente la esperanza.

Durante una semana se escuchó en repetidas ocasiones el hermoso canto, cada vez era más intenso. Una mañana el deslumbrante sol podría apreciarse más de lo habitual, dejando entrever algunas de las montañas; la gran sombra de una enorme ave los tomo por sorpresa, muchos saltaron de la felicidad, otros estaban ansiosos y un poco  nerviosos. 

Pasado un año, cada tarde los aldeanos observaban como el ave día tras día visitaba el lugar, la cual  liberaba pequeñas perlas marinas de su cola,  que absorbían toda  la contaminación del aire, dichas  perlas  giraban por unos minutos en el cielo y luego  caían como lluvia en diferentes lugares convirtiéndose en semillas que crecían rápidamente hasta convertirse en grandes árboles, los aldeanos no podían creer lo que estaba pasando, impresionados por el poder de la mítica ave le dieron por nombre Solaris.  

Con sus enormes alas formadas de piedras preciosas marinas desprendía un gran arcoíris que atravesaba la ciudad, sus grandes plumas azules les  recordaba la gran belleza de los mares y ríos, con su melodioso canto adornaba con música la ciudad, mandando  ondas que convocaban nuevas especies de animales, también de  sus ojos desprendía lágrimas brillantes que abonaban la tierra y a su vez  formaba lluvias que renovaban todo el lugar. 

Una noche los aldeanos no podían dormir, estaban un poco inquietos por primera vez después de mucho tiempo, podían observar el cielo despejado y luminoso, lleno de miles y miles de estrellas, en el firmamento comenzaron a observar un gran ejército de aves que volaban por toda la ciudad, todas emitieron un gran canto, como una orquesta de aves, de sus alas se desprendían pequeñas luces como destellos que se dirigían al cielo, era una celebración en agradecimiento a los astros por permitir de nuevo la vida en la ciudad, la cual estaba llena de árboles y un hermoso rio de agua cristalina. La majestuosa ave ‘’Solaris’’, se posó en frente de la cúpula y dejó un mensaje del universo a sus habitantes, antes de volar hacia el cielo y estallar en miles de destellos fugaces que retornaban a vía láctea. 

Existir es permitirse contemplar las maravillas que sobrepasan el entendimiento de los seres humanos. 

Los aldeanos felices decidieron salir uno a uno de la cúpula, al entrar en contacto con el exterior, se sintieron renovados y en paz, junto a las aves danzaron sin cesar y se comprometieron a conservar el hábitat como regalo esencial que les permite vivir día tras día.

 

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