La leyenda del Guayacano
Mi abuelo solía contarme una historia de hace muchos años. En una ocasión, mientras cazaba gallinas en el bosque, se topó con un inusual hallazgo en su camino. Allí, en el suelo, yacían hojas amarillas, aún húmedas de rocío matinal. Estas hojas, resplandecientes bajo la luz del sol, captaron su atención. Sin dudarlo, decidió recoger una de las flores que se encontraban cerca de ellas.
Al observar la flor de cerca, notó un fino polvo que la cubría, dotándola de un aspecto aterciopelado y brillante. Siguiendo su mirada hacia adelante, se percató de que a lo lejos, alrededor de un enorme tronco, se extendía un manto de flores amarillas. Este tronco se alzaba tan alto que se perdía entre los otros árboles, y su corteza era de un marrón oscuro y brillante.
Mi abuelo aseguraba que nunca había visto un guayacán como aquel. En un principio, creyó que era demasiado increíble para ser real y que su prolongada estancia en el bosque podría estar afectando su percepción. Sin embargo, la curiosidad le impulsó a acercarse al árbol y tratar de vislumbrar su copa. Los árboles más bajos no le permitían una vista clara, pero podía entrever el amarillo de sus hojas y el intenso azul del cielo de agosto.
En lo más profundo de su ser, sintió la necesidad de explorar el árbol en busca de algo especial, quizás un tesoro oculto. Decidió comenzar excavando alrededor de las raíces del árbol. A medida que avanzaba, su emoción crecía, una emoción que no lograba comprender del todo. Finalmente, sus esfuerzos dieron sus frutos cuando descubrió una mancha de azul intenso bajo la tierra. Con cada movimiento de excavación, el azul se hacía más evidente. Al sacarlo por completo, encontró un pequeño polluelo de color azul con pequeñas manchas amarillas en sus alas y cola.
Mi abuelo lo tomó en sus manos y notó que el polluelo estaba frío, rígido y ligero. Cuando lo observó más de cerca, se percató de que las alas amarillas del ave brillaban con destellos dorados. De repente, el pájaro abrió suavemente los ojos y mi abuela sintió cómo su cuerpo cobraba vida. Se volvió cálido y suelto, mientras su cuerpo se expandía, y en las alas amarillas comenzaron a brotar pequeñas flores similares a las del guayacán, con trozos dorados. El azul claro de su plumaje se intensificó, adquiriendo el tono de un cielo azul en pleno calor de agosto.
Sin previo aviso, el ave emprendió su vuelo, dejando a mi abuela sin tiempo para reaccionar. Se sumergió entre los árboles y desapareció en el horizonte. Al regresar a casa, compartió su experiencia con mi abuelo, sus hijos y otros miembros de la familia durante la cena. Todos quedaron fascinados mientras describía el pájaro del guayacán.
A partir de ese día, un sonido peculiar comenzó a resonar en el pueblo, seguido de un brillo inusual en el cielo. Este dulce sonido parecía una pequeña alarma, como si estuviera tratando de advertir algo. La gente del pueblo comenzó a comentar sobre el nuevo visitante
y el resplandor que lo rodeaba. Pocos días después de la aparición de este misterioso pájaro, el pueblo fue azotado por fuertes lluvias que duraron casi una semana, haciendo que los arroyos se desbordaran y nadie pudiera salir de sus hogares.
Después de esa tempestad, el pájaro volvió a cantar en el pueblo, pero esta vez el clima se volvió extremadamente seco durante casi una semana. A medida que pasaban los días, más eventos demostraban que este pájaro tenía la capacidad de predecir fuertes lluvias y sequías. La comunidad comenzó a prestar atención al sonido del pájaro para estar preparada para los cambios climáticos. El ave ya no era vista como una fuente de oro, sino como un valioso mensajero de la naturaleza, y lo apodaron "Guayacano".